Ruby Gonsen
En 1989, la industria de bioprocesos en México abarcaba dos categorías 5. La industria de fermentaciones tradicionales o de primera generación, que incluye la fabricación de bebidas alcohólicas como cerveza, vino, aguardiente, tequila, pulque, etc 6. y otros productos de fermentación como yoghurt, queso, levadura para pan, etc. Y el sector de segunda generación o industria moderna de bioprocesos que incluye la fabricación de algunos productos farmacéuticos, vacunas, aditivos para alimentos, enzimas y otros productos químicos.
El mayor impacto de la biotecnología 7, al menos hacia el final de la década de los ochenta ha sido en la industria de segunda generación 8. En un análisis detallado de las CT en la industria de bioprocesos moderna o segunda generación en México realizada por Gonsen (1995), se observa que esta industria estaba limitada, en 1989, a un pequeño número de empresas que dominaban los procesos de fermentación. En dicho estudio se hace una evaluación de capacidades tecnológicas en una muestra altamente representativa constituida por once del total de catorce empresas identificadas con actividades de fermentación de segunda generación en 1989. Según la composición de capital de estas empresas, tres eran 100% mexicanas, tres tenían capital mayoritario mexicano, dos tenían capital mayoritario extranjero y tres eran 100% extranjeras. La evaluación de las formas de CT realizada a estas empresas indicó que:
En términos de la capacidad adquisitiva, la producción bioquímica de segunda generación en México estaba basada principalmente en tecnologías extranjeras originalmente adquiridas en forma de paquete, excepto por un caso en donde se adquirió en forma desagregada. Los contratos de transferencia de tecnología generalmente cubrían todos los aspectos: ingeniería básica y de detalle, know-how, patentes, asistencia técnica, marcas y servicios administrativos. En la mayoría de los casos, no existió un proceso completo de selección y evaluación de alternativas tecnológicas. En el caso de empresas 100% extranjeras es de esperarse que esta etapa no se dé, sin embargo en el caso de las otras empresas, particularmente aquellas con alguna participación de capital extranjero, no se llevó a cabo un proceso explícito de evaluación y selección de la mejor alternativa tecnológica basado en las características técnicas de la misma. Otros criterios de carácter no tecnológico predominaron en la selección de la tecnología. En la mayoría de los casos, el socio extranjero es a su vez el tecnólogo, que no siempre ocupaba posiciones de liderazgo tecnológico mundial. En este sentido la capacidad de selección de tecnología se vio muy limitada. Otros factores por considerar en la evaluación de la capacidad de adquisición tecnológica son los relacionados con el monitoreo y uso de otras fuentes de información (además del tecnólogo original). En este sentido las empresas estudiadas hicieron un uso extensivo de otras fuentes como asistencia a cursos y conferencias tanto locales como en el extranjero, suscripción a revistas comerciales y técnicas, adquisición de libros, consulta a centros de información y a empresas consultoras y utilización de bancos de datos. Para este fin las empresas contaban con personal capacitado para procesar la información obtenida, sin embargo, en la mayoría de los casos estas actividades no se llevaban a cabo en forma sistemática.
La capacidad de asimilación de tecnológica se puede evaluar a través de indicadores como los incrementos en la productividad física total, la productividad alcanzada en el fermentador, la dependencia con respecto al tecnólogo original en aspectos relacionados con la operación del proceso y renovación de la cepa, la calidad de producto obtenida y la importancia asignada a la capacitación del personal de operación. Se encontró que las empresas de la muestra fueron competentes en la operación de la tecnología. Esto se reflejó en continuos incrementos de la productividad física total. En la mayoría de los casos la productividad a nivel de fermentador alcanzó los niveles internacionales. En la mayoría de los casos, la competencia en la operación también se vio reflejada en el logro de niveles internacionalmente aceptables de calidad del producto. Además, las empresas desarrollaron sistemas de capacitación adecuados a los requerimientos de operación que fueron posteriormente implementados de manera continua. El desarrollo de capacidades de asimilación se vio limitado respecto a algunos aspectos del proceso de operación o respecto a los insumos tecnológicos críticos (cepas y/o biocatalizadores) ya que en la mayoría de las empresas se mantuvo un cierto grado de dependencia con el tecnólogo extranjero. Esta dependencia está vinculada a actitudes empresariales como la alta aversión al riesgo (en el caso del biocatalizador), a problemas de escala (en el caso de la cepa) o a políticas del tecnólogo extranjero (en relación a los controles en el proceso), más que a fallas en el proceso de asimilación de la tecnología.
En cuanto a la capacidad de ingeniería y diseño, la mayoría de las empresas desarrollaron capacidades de ingeniería de detalle que les permitió diseñar y en algunos casos construir equipo de fermentación en posteriores expansiones, así como hacer un uso adecuado de los servicios de firmas de ingeniería locales. Sin embargo, los niveles de automatización de las plantas en México no eran tan altos como los de plantas similares en países industrializados. Esto se debió principalmente a consideraciones de costo pues resultaba más barato operar ciertos equipos manualmente y a la prevaleciente falta de servicios de mantenimiento y reparación de equipo automatizado sofisticado en el país.
En cuanto a la capacidad de adaptación, la industria de fermentación de segunda generación llevó a cabo un proceso de integración nacional en términos de materias primas bajo la política de promoción industrial que el gobierno mexicano implementó para promover el uso de materias primas locales. Al inicio de operaciones de estas empresas, el porcentaje de materias primas de origen local era de 20% que en la década de los ochenta se incrementó notablemente a 98-100%. Este esfuerzo implicó un fuerte trabajo de adaptación a la disponibilidad local de materias primas. Por otro lado, la naturaleza misma de las materias primas, generalmente subproductos agrícolas cuya composición química no está estandarizada, implica un continuo trabajo de adaptación, ya que las especificaciones de dichos subproductos cambian constantemente. Esto llevó a las empresas a mejorar los sistemas de medición para control de niveles de acidez, contenido de humedad, contenido de nutrientes y otras variables técnicas en los puntos de alimentación, pues es muy importante mantener el conjunto preciso de condiciones en el biorreactor que el microorganismo requiere para mantener los niveles esperados de eficiencia y rendimiento.
Casi todas las empresas reportaron actividades de investigación y desarrollo (formal o informal) para resolver problemas de operación en los fermentadores y cuellos de botella en las actividades periféricas como separación, aislamiento y purificación. Estas actividades también estuvieron dirigidas al análisis de materias primas alternativas, a la optimización de condiciones de operación cuando se introdujeron cepas mejoradas, al empleo de mejor instrumentación, al desarrollo de nuevas presentaciones de producto, al mejoramiento de los controles de contaminación de efluentes y a la validación de nuevas técnicas analíticas.
Debido a que la industria de bioprocesos es una industria basada en la ciencia, siguiendo la clasificación de Pavitt (1984), la capacidad de innovación se puede evaluar mediante los indicadores de investigación y desarrollo (I&D). La mayoría de las empresas tenían departamentos formales de I&D, y dedicaban, a excepción de dos de ellas, no más del 1% de las ventas a I&D. Estas proporciones fueron significativamente inferiores a aquellas reportadas para empresas similares en países industrializados, que promedian entre 6% y 15% para empresas establecidas 9. Por añadidura, la proporción de investigadores con doctorado o al menos maestría fue insignificante, mientras que en los departamentos de I&D de empresas de bioprocesos en países desarrollados se considera indispensable la presencia de doctores en ciencia en cantidades apreciables. Los departamentos de I&D interactuaron en gran medida con los departamentos de producción debido a la naturaleza de sus actividades de asimilación, adaptación y cambio menor señalados arriba, pero no habían incorporado a su actividad de investigación las nuevas técnicas resultantes de la revolución biotecnológica. En contraste con el tipo de manipulación genética alcanzada en los departamentos de I&D de empresas en países industrializados, donde la utilización de técnicas avanzadas, tales como la ingeniería genética, era ya parte de su rutina de investigación 10, en México, sólo algunas empresas llevaron a cabo investigación microbiológica convencional para mantener y mejorar la productividad de la cepa mientras que las otras ni siquiera efectuaron este tipo de manipulación genética convencional.
En relación a los vínculos con organismos de I&D externos a la empresa, sólo tres empresas reportaron tener contratos de investigación con centros o institutos de I&D, la mayoría locales. En general estos vínculos fueron de corto plazo y principalmente para análisis de laboratorio, pruebas de laboratorio para materias primas alternativas, control de efluentes, etcétera.
En términos generales, las empresas presentaron indicadores muy pobres de actividad de I&D innovadora. Sus actividades de I&D no incluían proyectos que representaran altos riesgos tecnológicos y/o que tuvieran largos periodos de maduración. Ninguna de las empresas estaba involucrada en I&D (ya fuera interna o externa) dirigida a convertirlas en líderes tecnológicos. Por otro lado, no había planes (y los que había fueron posteriormente desmantelados) para adquirir el conocimiento requerido para la explotación de las técnicas de ingeniería genética que actualmente es utilizada en muchas de las cepas destinadas a la manufactura de productos de segunda generación.
En resumen, la evaluación de las CT indicó que la capacidad de adquisición tecnológica (búsqueda y selección) fue muy baja cuando las empresas empezaron sus operaciones de fermentación. Casi en todos los casos las tecnologías fueron adquiridas como paquetes y la evaluación tecnológica no fue central en su selección. Sin embargo, algunas empresas mexicanas desarrollaron experiencia en la negociación de los contratos de transferencia; esto les permitió posteriormente desagregar algunos elementos de la tecnología en las renovaciones de contrato. Se hacía un esfuerzo por mantenerse actualizados en sus áreas de competencia técnica, aunque este esfuerzo en la mayoría de los casos no se llevaba a cabo en forma sistemática. En algunos casos no era muy claro cuál era el impacto que la nueva biotecnología podía tener para sus operaciones futuras.
En muchos casos, las empresas desarrollaron hasta cierto grado capacidades de diseño e ingeniería al interior de la empresa, especialmente en el diseño de equipo e ingeniería de detalle. Una empresa llegó incluso a construir sus propios fermentadores en una etapa posterior de expansión.
Se encontró que las empresas de la muestra alcanzaron gradualmente costos competitivos en la mayoría de los casos, resultado de un proceso de aprendizaje haciendo (learning-by-doing) así como del aprendizaje basado en el esfuerzo técnico consciente. Así, las empresas asimilaron la tecnología extranjera y alcanzaron altos niveles de capacidad de operación con procesos sofisticados que requieren personal altamente especializado. Sin embargo, existía una confianza excesiva en fuentes extranjeras de conocimiento a pesar de la disponibilidad de fuentes locales. Esto se debió más a aspectos de aversión al riesgo o de escala que a la falta de competencia técnica para capturar capacidades locales.
Las empresas de bioproceso convencional llevaron a cabo esfuerzos tecnológicos explícitos con el objeto de lograr numerosos cambios menores. La mayoría de estos cambios resultan de necesidades obvias de adaptación de tecnología importada y no son particularmente distintos de lo que ha sido reportado para otras industrias en otros países en desarrollo, es decir cambios principalmente para la solución de cuellos de botella y problemas en la operación del proceso en general. Sin embargo, las empresas aprendieron cómo resolver dichos problemas, cómo optimizar los procesos de operación y cómo adaptarlos a las condiciones locales. Generalmente las empresas, incluyendo las subsidiarias extranjeras, desarrollaron habilidades propias de ingeniería e hicieron uso de servicios de consultoría y asistencia técnica locales y extranjeros. Por tanto, estas empresas tenían las habilidades, información e incentivos para llevar a cabo el esfuerzo necesario para dominar las tecnologías de fermentación y alcanzar, en la mayoría de los casos, niveles internacionales de eficiencia.
Sin embargo, la actividad de I&D no fue considerada como parte de un proceso innovador mayor. Las empresas no habían añadido las nuevas técnicas a su know-how existente, no existía la capacidad para hacer cambios innovativos mayores basados en la investigación aplicada al desarrollo de nuevos procesos o productos, la gran mayoría de las empresas estaban fundamentalmente orientadas a la producción y existía poco compromiso con proyectos de alto riesgo y periodos de maduración largos.
Por lo tanto, la tendencia general de las plantas industriales de bioprocesos en México fue al desarrollo de capacidades de asimilación (operativas) y adaptación y mejora menor (modificativas) sin prácticamente ninguna capacidad de cambios innovativos mayores o creación de nuevos productos y/o tecnologías. En otras palabras, las empresas en México aprendieron a incorporar los elementos de tecnología externos e internos en sus operaciones diarias de manera exitosa en términos de una absorción tecnológica eficiente. Sin embargo el salto a capacidades más avanzadas de innovación no se dio, ni se buscó darlo.