Ismael Clark Arxer
En un mundo como el actual de grandes conglomerados socioeconómicos, los que no sean capaces de integrarse irán siendo asimilados económica y culturalmente, en un proceso que imaginamos muy similar, aunque de escala mucho más amplia, al que vivió la Europa de los siglos XIV y XV, o los Estados Unidos de los siglos XVIII y XIX. Quiero con esto subrayar que a nuestros ojos la disyuntiva se presenta como integración, o marginación y asimilación.
Un factor de debilidad lo constituye la heterogeneidad de escalas y la propia estructura de las economías de nuestras naciones, orientada a satisfacer demandas externas más que nuestras propias necesidades de desarrollo. Esa propia diversidad puede inducir al error de una integración fragmentada a las economías de los desarrollados, lo que constituye una de las principales amenazas para nuestros países. Seria como repetir el error del siglo XIX en el siglo XXI.
Cierto es que una segunda amenaza es que nos integremos para convertirnos, de virtuales desvinculados económicos actuales, en dependientes en un plano cualitativamente superior. Sería más claro decir, una integración no volcada hacia reafirmar efectivamente nuestra independencia, sino a satisfacer las renovadas necesidades de los países económicamente más poderosos.
Ante el cuadro de tales debilidades y amenazas, nuestras fortalezas descansan en nuestra dotación de recursos naturales, en la vitalidad y posibilidades de desarrollo de nuestros recursos humanos y en la raíz histórica y cultural que compartimos y que juntos debemos preservar.
Por paradójico que parezca, los finales del siglo XX y los inicios del XXI pueden significar para nuestras naciones una segunda oportunidad, más compleja y difícil que la del siglo XIX, pero oportunidad al fin.
La relativa desvinculación actual de la América Latina de las corrientes principales de la economía mundial, pudiera aprovecharse para dinamizar un desarrollo autóctono, endógeno, que tome como palanca el comercio exterior para impulsar el desarrollo interno y con él generar nuevos rubros exportadores en direcciones claves de la economía mundial. Tales nuevos rubros habrán de procurar un alto valor agregado y ya sabemos que en el mundo actual esto es inconcebible sin un decisivo aporte de la ciencia y la tecnología.
Nuestra verdadera y profunda asimilación del carácter objetivamente internacional de la ciencia, debe expresarse en la adopción selectiva de campos de investigación capaces de actuar como dinamizadores estratégicos del desarrollo económico regional, sin perder de vista la necesidad, ya impostergable, de contribuir efectivamente a la solución de los agudos problemas que aquejan a nuestros países, entre los cuales el de la pobreza, sus causas y consecuencias nos parece ocupar un primer plano.
En modo alguno resulta ocioso reafirmar la necesidad de la cooperación internacional en el plano científico. Por un lado, las propias influencias científico-tecnológicas sobre las sociedades contemporáneas acentúan los rasgos de globalización del conocimiento científico y los requerimientos de enfoque multidisciplinarios en los nuevos campos de investigación. De otra parte, la propia práctica tiende a evidenciar el carácter cada vez más multinacional del trabajo científico.
Un detallado documento norteamericano publicado hace unos pocos años, revela que algo más del 30% de los trabajos publicados en el mundo desarrollado corresponde a grupos autorales de 4 o más países, lo cual duplica la proporción correspondiente al mismo indicador 20 años atrás. Recíprocamente, los trabajos atribuidos a un autor de un único país han reducido su proporción del 33 al 19% en igual lapso.
El recuento realizado por la Academia de Ciencias de América Latina revela la magnitud, modesta pero significativa, del potencial científico disponible en la región: más de 140.000 personas, incluyendo investigadores y profesionales asociados en, al menos, 2.280 unidades de investigación y desarrollo.
Tal potencial dista mucho, no obstante, de ser aprovechado. El reciente trabajo de Villegas nos revela cómo del total de trabajos publicados en cooperación durante 1990, sólo un 13% correspondía a una cooperación regional, en tanto el resto fue ejecutado por investigadores residenciados fuera de la región.
Estudios recientes revelan como en 60,9% de los centros o unidades de investigación de los 19 países de habla hispana y portuguesa están dedicados a la Biología, incluyendo campos tales como medicina básica y aplicada, agricultura, ciencias del ambiente y biotecnología, y el restante 31,9% está distribuido, casi en partes iguales, entre Química, Geociencias, Física y Matemática.
Son patentes, por demás, desproporciones significativas en la distribución de ese potencial científico. Del total de unidades de investigación, casi el 80% se concentra en sólo 10 países: Brasil, Argentina, Cuba, Costa Rica y Uruguay, con más de 400 personas dedicadas a la investigación por millón de habitantes, y México, Chile, Venezuela, Colombia y Perú, con alrededor de 200 personas dedicadas a esta actividad por millón de habitantes.
Por añadidura, estos mismos 10 países produjeron el 97,6% del total de las publicaciones científicas de América Latina.
Sin que podamos detenernos aquí en el tratamiento de la cuestión, un análisis más profundos de estos y otros indicadores permite reconocer la importancia de ciertos componentes extracientíficos, como niveles de educación básica, situación económica, cooperación internacional y tipo de política aplicada a la ciencia nacional. Dichos componentes pueden ser la explicación de que países poblacionalmente pequeños y medianos exhiban una producción científica por millón de habitantes sensiblemente superior a otros de población mucho mayor.
En el caso de Cuba, por ejemplo, aún cuando nuestro pequeño país ha padecido durante décadas, y continúa enfrentando actualmente, un férreo bloque económico y material por parte del país más poderoso del mundo, y en medio de las terribles desigualdades económicas a que estamos todos sometidos, una firme política de fomento científico y tecnológico asentada además en un enorme esfuerzo educacional lo coloca, según el propio informe de la ACAL, entre los diez con mayor producción científica de la región. En todo caso, diversos elementos han sido aportados en los últimos años que avalan las posibilidades de complementación y reforzamiento mutuo de la actividad de las comunidades científicas de la región.
Si tomamos como ejemplo el campo de la biología, el análisis realizado por Krauskopf, en 1990, de los indicadores epistemométricos en América Latina apuntaba que la sumatoria de los índices que caracterizan la situación de los países de la región se aproxima al que alcanza América Latina como un todo, lo que revelaría baja superposición en la existencia de grupos expertos en las distintas especialidades y pone de relieve el enorme potencial de la cooperación horizontal intraregional.
Existe felizmente una fuerte voluntad integracionista dentro del mundo científico iberoamericano, la que se pone de manifiesto en cada reunión de científicos de la región. Asimismo, se refuerza la tendencia de que los asuntos de la cooperación científica sean manejados por los propios científicos.
Ya en el encuentro de Dirigentes de Ciencia y Tecnología celebrado en el Memorial de América Latina en Sao Paulo, en 1990, se formuló un llamamiento a las instancias políticas responsables de los países de la región para que adoptaran medidas que hicieran de la ciencia y la tecnología elementos estratégicos para su desarrollo económico, cultural y social; invitaba a los organismos multilaterales de cooperación a participar de manera efectiva en la integración científica y tecnológica de nuestros países y hacía un llamado a los Gobiernos, a la comunidad científica, al sector productivo, organismos afines y, en general a los pueblos latinoamericanos a sumar su participación para el logro de la integración efectiva de América Latina y el Caribe.
No obstante, ni unidos ni separados podría realizarse ese proceso si no va acompañado de una política social que sea capaz de redistribuir productivamente los ingresos, no haciendo simple beneficencia, sino invirtiendo en aquellos sectores que, al tiempo que generan empleos en magnitudes apreciables, mejoran los recursos humanos de la región en términos de salud, educación y calidad de la vida, además de mejorar la infraestructura productiva.
Al decir de Aldo Ferrer, y cito: La ampliación de mercados, las inversiones conjuntas e incluso la cooperación en los campos científicos y tecnológico serían insuficientes si no incluyeran la concertación de políticas para promover el desarrollo humano y proteger el ecosistema.
Intentando resumir la situación, tal como la apreciamos, pudiera afirmarse que no hay futuro económico, ni bienestar social para nuestros países, sin un mayor componente científico y tecnológico en su desarrollo; que no hay otro camino que la integración regional para multiplicar las fuerzas y compensar las debilidades individuales de nuestras naciones para abrirse un espacio económico decoroso a nivel mundial y preservar con ello nuestra propia identidad e independencia; que las premisas citadas, nos señalan la cooperación científica como la vía más inmediata, pudiera decirse urgente, de acelerar el tránsito en esa dirección.
A la luz de los elementos aportados, nos parece razonablemente fundamentado el hecho de que hemos de esforzarnos en identificar como objeto de nuestra cooperación aquellos campos cuyo acceso se nos favorezca en razón de nuestra disponibilidad humana y técnico material, cual debiera ser el conocimiento profundo y aprovechamiento multifacético de nuestra biodiversidad. En este caso concurren favorablemente la mayor tradición y desarrollo relativo de las ciencias biológicas y médicas en la región con las enormes posibilidades abiertas por los procedimientos biotecnológicos para la utilización de los recursos bióticos, en gran medida endémicos, que atesora el conjunto de nuestros países.
Paralelamente, estamos obligados a recapacitar críticamente y emprender acciones tanto a nivel nacional como en forma concertada, sobre el nivel de eficiencia, actualización y aprovechamiento de nuestros programas de formación continuada de recursos humanos en ciencia y tecnología, de modo que podamos aprovechar, con fines competitivos, nuestras ventajas en ambos componentes (recursos naturales y humanos), partiendo de premisas científico-tecnológicas debidamente sustentadas.
¿Qué pudiera hacerse pues, en lo adelante?. Coincidimos plenamente con Villegas en que para poder producir un cambio cuantitativo y cualitativo en la ciencia en América Latina, similar al que ocurrió durante las dos décadas siguientes a la Segunda Guerra Mundial, es imperativo diseñar e implementar nuevas políticas, tan audaces, como las que se adoptaron en ese entonces.
Por mi parte, insisto en que esa audacia debiera encontrar expresión en decisiones políticas definidas. El Presidente de mi país, Fidel Castro, se refirió al tema durante la Primera Cumbre de Presidentes Iberoamericanos, en 1991, en la que propuso, y cito sus palabras: Es preciso, además, la instauración de mecanismos permanentes de colaboración y la implementación de proyectos y programas concretos. De lo que se trataría sería de llevar a cada país lo mejor de las experiencias y los resultados de los demás en materia de desarrollo científico y tecnológico, la producción agropecuaria e industrial, la extensión y perfeccionamiento de la atención a la salud, la educación y demás servicios sociales, la protección del medio, la promoción de la cultura y cuantos otros temas sean susceptibles de un trabajo organizado y decidido de cooperación.