Espacios. Vol. 15 (2) 1994

Ciencia, tecnología y desarrollo: interrogantes y alternativas para América Latina y el Caribe

Science, Technology and Development: Questions and Alternatives for Latin American and The Caribbean.

Ismael Clark Arxer


Tecnología, competitividad y sostenibilidad.

Pese a lo abrumador de la diversidad de razones que explican las abismales diferencias apuntadas, el asunto reviste vital importancia dado el hecho incontrovertible, señalado por Aldo Ferrer en reciente artículo, de que: “el conocimiento y los recursos humanos capacitados se han convertido en las fuerzas decisivas del desarrollo económico. Este depende actualmente, más de la tecnología, que de la dimensión del espacio territorial y los recursos naturales”. El propio autor apunta que actualmente 2/3 de las exportaciones mundiales son manufacturas de alto contenido tecnológico y cómo América Latina y el resto de las economías periféricas sólo representan el 10% de las mismas.

En el informe de la CEPAL sobre la economía de América Latina y el Caribe durante 1992 se revela que, en ese año, la relación de precios del intercambio de América Latina y el Caribe retrocedió más del 3%, con lo que se acentúa el deterioro casi ininterrumpido desde 1984 y que en términos acumulados es de 22%.

Un interesante estudio de Zoltán Szabo sobre las exportaciones latinoamericanas y su capacidad de competencia confirma que decrece la participación de los países latinoamericanos en el comercio mundial, así como que la estructura de sus exportaciones sigue presentando características preocupantes a largo plazo.

El autor analiza la estructura de las exportaciones de la región, subrayando “el predominio de los productos para los cuales se cuenta con ventajas relacionadas (exclusivamente, añadiríamos nosotros) a los recursos naturales” y como esto difiere de los países desarrollados, cuya estructura de exportaciones se caracteriza por el predominio de los productos manufacturados con ventajas en la calificación y especialización de los recursos humanos y mano de obra, así como con ventajas en capital y desarrollo tecnológico.

El propio artículo refleja que el desarrollo de exportaciones latinoamericanas, de productos de las industrias típicamente consideradas de uso intenso de la mano de obra, ha quedado muy por debajo de las expectativas y, hurgando en las causas, subraya que “en las condiciones actuales de los mercados y la tecnología industrial, no es la abundancia y baratura de la mano de obra en general, sino la abundancia y baratura –o a veces la mera existencia- de mano de obra y recursos humanos de calificaciones y especializaciones particulares, en conjugación con tecnologías adecuadas, la que brinda la base de la exportación”.

A la luz de tan revelador análisis, con el cual coincidimos, nos parece no obstante obligado recordar que, del calificativo “adecuada” aplicado a la tecnología se ha hecho muchas veces un uso perturbador. En el pasado, -y no pocas veces aún en el presente-, se transfirieron a nuestros países, muchas veces con el piadoso calificativo de “apropiadas”, tecnologías que los suministradores –especialmente transnacionales-, estaban en disposición de redesplegar en países de menor desarrollo, muchas veces trasladándolas desde sus basificaciones originales en los países del Norte.

Con frecuencia resultaron importados, como ingredientes inseparables de dichas tecnologías, rasgos nada deseables, tales como su carácter contaminante del medio, su fuerte dependencia de insumos y asistencia técnica externos, o su transferibilidad exclusivamente en la modalidad “llave en mano”, entre otras.

La historia de los esfuerzos de desarrollo del llamado tercer mundo está llena de depresivos relatos de maquinarias sofisticadas, adquiridas a altísimos costos, que han yacido, sin utilización hasta su inutilidad total, a causa del deterioro o de la simple obsolescencia. ¿De dónde ha provenido tamaña inutilidad?.

A diferencia de la ciencia, cuya naturaleza es por esencia universal,.la tecnología es básicamente un producto gestado y logrado en un sitio determinado con el objetivo de llenar los requerimientos específicos de una situación particular. Estando por naturaleza sujeta a la transacción comercial, la tecnología se perfecciona en el contexto de sus aplicaciones, en la medida que satisfaga los requisitos cualitativos que le permitan operar efectivamente como un instrumento de progreso. Si se le extrae de este contexto, la misma puede resultar no confiable, no adecuada e incluso no utilizable.

A ello hay que sumar, a menudo de manera determinante, los factores humanos dado que toda tecnología importada requiere de operarios capacitados y vigilantes, poseedores del conocimiento necesario. Por último, y quizá como lo más importante, hay que introducir las consideraciones económicas que se asocian a la operación de la tecnología en cuestión, que entraña un conjunto de problemas demandantes de atención sistemática e incluso, instantánea, que con frecuencia resultan insalvables en función de la distancia o de los altos costos involucrados.

La tecnología ha de tener en cuenta el nivel de desarrollo del país en que habrá de utilizarse, así como cumplir los requisitos de modernidad que aseguren su competitividad en un mercado internacional cada vez más exigente. Su carácter de apropiada le vendrá dado por factores extrínsecos, al menos en la misma medida que por factores intrínsecos. Esto determina, en nuestra opinión, el que la tecnología avanzada no puede ser excluida a priori del capítulo de las apropiadas, sino que por el contrario, en dependencia del problema a resolver y del contexto de su aplicación, pudiera resultar que la más avanzada de las tecnologías sea, al mismo tiempo, la más apropiada de todas.

Afortunadamente, en la actualidad se está generalizando el criterio de que las biotecnologías y la microelectrónica, por citar dos tecnologías de punta para un desarrollo industrial promisorio, pueden ser, efectivamente, tecnologías apropiadas a nuestras condiciones.

Probablemente la tendencia actual más importante de la organización de a ciencia y la tecnología, en la mayoría de los países de nuestra región, sea la consideración de que este subsistema de la sociedad debe involucrar y comprometer orgánicamente no sólo a las entidades de investigación que generan nuevos conocimientos y tecnologías, sino a las empresas que deben aplicarlos y utilizarlos en la producción de bienes y servicios.

Actualmente se enfatiza la creación de los llamados sistemas nacionales de innovación tecnológica, destinados a conectar a los generadores de nuevos conocimientos y tecnologías con los usuarios de los mismos.

Desde el punto de vista práctico esto lleva, además, a enunciar diferenciadamente la “política científica” y la “política tecnológica” en sustitución del antes preferido pero ambiguo término de “política científica y tecnológica”.

No obstante, esta renovación de los enfoques de las políticas científicas y tecnológicas se debe llevar a cabo en un contexto caracterizado por el retraso significativo y el deterioro de la ciencia y la tecnología en América Latina en los años 80, resultado sobre todo de la crisis económica. Sin tratarse, como plantean algunos, de la inexistencia de una base nacional científica y tecnológica –lo cual no es válido para la región como un todo- y de achacar todos los males de nuestros países a la debilidad de esta base, en la región es determinante el peso de la ciencia y la tecnología transnacionales.

En la práctica, los enfoques meramente técnico-organizativos tropiezan a menudo con tozudas realidades. En el recientemente celebrado 2do. Forum Visión Iberoamericana 2000, hace apenas unas semanas atrás, el conocido investigador y promotor de la ciencia Jorge Allende, presidente de la Academia de Ciencias de Chile, reflejaba con dramáticos matices la realidad latinoamericana de hoy en materia de ciencia y tecnología. Decía allende (y cito):

“Yo a esta reunión traigo una angustia, una angustia que comparto con el pequeño grupo de latinoamericanos que se dedica a la investigación científica y tecnológica.”

Y continuaba:”Hay un proverbio chino que dice: Si no cambias de dirección, vas a llegar a donde te diriges”.

“Nuestra angustia –señalaba- surge de que vemos que América Latina no se dirige hacia ninguna parte en el área de ciencia y tecnología y que sólo acumula oportunidades pérdidas. La falta de avance en un campo en que muchos corren constituye un retroceso”.

Más adelante, en su documentada exposición, el mismo ponente esgrimía algunos indicadores extraídos de la realidad chilena –a menudo proclamada como ejemplo de despegue económico- y que bien pueden tomarse como representativos del conjunto de la región.

“En Chile –decía él- el sector productivo sólo aporta el 10% de los exiguos fondos que se gastan en ciencia y tecnología; el resto lo pone el Estado. En los países industriales el sector productivo aporta entre el 50% y el 60% de estos gastos”.

Sin embargo, no es posible atribuir exclusivamente a la miopía de los empresarios latinoamericanos el actual estado de cosas. Como bien señala en su artículo ya citado el maestro Aldo Ferrer, “las políticas de alineamiento incondicional con los centro de poder mundial debilitan la capacidad de impulsar políticas nacionales de desarrollo científico y tecnológico. Ejemplo reciente es que el gobierno argentino haya decidido desmantelar el importante proyecto de investigación aeroespacial “Cóndor” para satisfacer las exigencias estadounidenses.”

Y continuaba: “Una cosa es dar garantías sobre el uso de tecnologías críticas (como lo hicieron Argentina y Brasil en el sector nuclear) y otra subordinarse a las pretensiones hegemónicas de los centros de poder internacional. En este último caso, –subrayaba- las posibilidades de participar en la revolución científico-técnica contemporánea son realmente estrechas”

Otro dato ilustrativo, aportado por un estudio de la ACAL, dirigido por su canciller Raimundo Villegas, es que en la mayoría de los diez países con más alta producción científica en la región, menos del 10% de los centros de investigación están localizados en el sector industrial.

A su vez, si se toman como referencia los gastos en materia de ciencia correspondientes a 1990, se puede afirmar que en ocho de esos diez países con mayor producción científica, más del 75% de los recursos aportados fueron de origen público. Sólo Colombia y Uruguay recibieron recursos para la ciencia de los sectores privados en una proporción ligeramente superior al 30%.

Sin embargo, es evidente que, en las presentes circunstancias internacionales, nuestros países se ven forzados a reconsiderar el capítulo de las exportaciones con destino a los países altamente industrializados a causa de la urgencia por alcanzar niveles competitivos y de la pérdida paulatina, pero irreversible, de las ventajas comparativas para las producciones tradicionales de la región, los gobiernos nacionales se vienen obligados a replantearse las políticas de ciencia y tecnología en el sentido de propiciar la necesaria transformación agrícola, la reconversión industrial y con ello la inserción en un plano superior de nuestras economías en el plano internacional, enfrentando realistamente el problema de la competitividad.

Cierto es que en la propia base del concepto de competitividad, al decir de Carlos Moneta, está la posibilidad de victoria sobre los competidores, pero, como él ha señalado, dicha noción se completa a nivel de las economías nacionales con otros elementos, como la protección de los mercados propios y por el propio impacto de la competencia sobre la capacidad de expandir su participación en los mercados internacionales.

Cada vez más estudiosos del tema se preguntan si la actual tendencia a la búsqueda de la competitividad en nuestra familia de países está originando ventajas comparativas reales, y sobre todo, si los tímidos avances que se exhiben conservan su sentido en una perspectiva de 10 ó 15 años. En particular, se hace necesario encontrar una concepción alternativa, en la que pueda tener cabida la responsabilidad social de nuestros países.

A su vez, no pocos se preguntan si en el actual escenario internacional globalizado, fracturado y transnacionalizado en el que deben actuar América Latina y el Caribe, la competitividad sana y leal no pasa de ser una candorosa ingenuidad, pues no menos del 40% del comercio mundial se realiza entre firmas controladas por transnacionales.

No más halagadora es la evolución previsible del sistema de comercio internacional, si nos atenemos a los resultados de la última rueda de negociaciones en el GATT. A pesar de las múltiples concesiones realizadas, el mundo en desarrollo no ha satisfecho en general sus expectativas.

La cuestión dista de ser estrictamente técnica, ni mucho menos irrelevante para quienes como yo no somos expertos en ciencias económicas. En realidad, habida cuenta de la pretendida convergencia de los actuales mecanismos de integración en nuestra región y en el Continente como un todo, hay que enfrentar la cuestión de si la convergencia por sí sola significa el éxito de la integración, o si habrá meramente una convergencia en la pobreza y la inseguridad, que sería mejor denominar hacia la desintegración.

Cualquier empeño serio por elevar el contenido científico-técnico de las acciones dirigidas al desarrollo económico y social tiene forzosamente que afrontar tales realidades. Ello supone elevar cuantitativa y cualitativamente el aporte de los sectores científicos y tecnológicos de cada país en la adopción de las rutas más viables y eficaces hacia el desarrollo, compatibilizando, en la medida necesaria, competitividad y sustentabilidad, excelencia y austeridad, crecimiento económico y desarrollo social.

A la advertencia de datos y cifras, cabe sumar otras prevenciones. En su memorable trabajo “Nuestra América”, que viera la luz en México en 1891, José Martí advertía:

“Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar.”

Más adelante, sentenciaba: “Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la funden y talen las tempestades: ¡Los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas!. Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de Los Andes”.

[Volver al inicio]

Vol. 15 (2) 1994
[Indice] [Editorial]