Maria Isabel R. T. Soares 1
RESUMEN
La globalización y las crisis regionales, las cuales se expanden rápidamente en el mundo, no distraen nuestra atención de los flujos de comercio y capitales, no sólo como causa de desequilibrio sino como condición principal (casi exclusiva) para restablecer el proceso de crecimiento económico. Sin embargo, el flujo de personas así como el flujo de conocimientos han reveladoser tan esenciales como los primeros en el diseño de la economía y la sociedad del próximo milenio. Los flujos de personas, bienes, dinero e información son siempre indisociables de una «imagen electrónica», la cual está enlazada a nuevas y poderosas formas de gerencia y son las bases de ventajas competitivas y de un entorno volátil. |
ABSTRACT
Globalization and regional crises, which quickly expand worldwide seem not to disturb our attention from trade flows and capital flows not only as causes of disequilibria but also as first-rate (almost exclusive) conditions to reestablish the economic growth process. However, people flows as well as knowledge flows have been revealing to be as essential as the former in the design of the economy and society of the next millennium. People, goods, money and information flows are already undissociable from an electronic image, which are linked to new, powerful forms of management an are the basis of competitive advantages and volatile environment. The purpose of this paper is to present and discuss some controversial aspects of the digital technology -digital economy and society relationship-, most particularly, its consequences on economic policy. |
La economía de este final de milenio presenta niveles de interdependencia nunca antes vistos. Esta interdependencia se traduce no sólo en términos de flujos comerciales y flujos de capitales, rubros en los cuales existe relativamente un mayor soporte estadístico, sino también en flujos de personas, ideas y conocimientos. Si bien los primeros son responsables, en buena parte, de las crisis económicas y financieras mundiales, los últimos cambiarán radicalmente el propio concepto de espacio económico nacional y exigirán cambios profundos en las nociones de institución, valores y compromiso mutuo.
Sin embargo, estos flujos tan diversos personas, bienes, capitales e información están cada vez más vinculados entre sí por la tecnología; es decir, ésta actúa como un fuerte elemento estimulador de la integración. El sistema socioeconómico está experimentando cambios profundos, especialmente a través de la distribución interactiva: un ejemplo de ello es el impacto de la distribución electrónica en la intermediación financiera y en la integración entre las bolsas de valores.
La tecnología digital permite la convergencia multimedia que ya ha producido un impacto enorme y previsiblemente creciente, aunque sobre una economía que origina contradicciones sociales cada vez más agudas y fenómenos de exclusión social tan extensos que abarcan incluso capas de población en las cuales este asunto nunca se plantearía en un contexto que podríamos denominar analógico.
Al citar los sistemas de reservación por computadora, las bolsas electrónicas, las redes de tarjetas de crédito y los códigos de barra, estamos ante ejemplos que ya son considerados corrientes de lo que la tecnología digital permite y transforma en términos económicos. La tecnología digital asocia una imagen electrónica con los flujos de personas, bienes, capitales e información.
No obstante, aunque la interdependencia esté básicamente en función de la dimensión de los diversos flujos, resulta muy difícil estimarla. Tomemos por ejemplo el caso europeo: en el mercado interno, a partir de 1992 y del Tratado de Schengen, se ha hecho difícil realizar una evaluación rigurosa del comercio en el interior de la UE y del número de personas que circulan internamente. A esto se suma un hecho que se deriva de las propias características del crecimiento económico y de la globalización: la mayor parte de los servicios que se utilizan en el proceso de generación de riqueza trae como resultado flujos difíciles de contabilizar entre los que figuran los diskettes, las conversaciones telefónicas y el capital humano (Bressand y Distler, 1998: pp. 107-115).
Esta realidad coloca a la sociedad y la economía ante una serie de problemas y desafíos que trascienden la dimensión técnica, o sea, la simple cuestión relativa a las infraestructuras.
Los aspectos legales y de regulación, así como la dimensión cultural y estratégica, también son fundamentales y a la vez fuentes potenciales de conflictos: el desfase entre la dimensión tecnológica y los otros aspectos es frecuente y complejo.
La tecnología digital ha llevado a replantear las estrategias empresariales y la coordinación de las políticas entre los Estados, aunque no se quedó en eso. Al permitir una mayor integración, la tecnología ha exigido una mayor convergencia a nivel de la regulación y, de forma progresiva, potencia un fenómeno nuevo: la cosoberanía. En el caso de la UE, ésta incluye, actualmente, el euro y la política monetaria; es decir, en el actual contexto económico que se caracteriza por un uso intensivo de los servicios y de la información es absolutamente imprescindible la existencia de una comunidad en términos de regulación y de perspectiva de resolución en diversos campos políticos; de modo que no quedemos sólo a nivel de los (libres) flujos de capitales y de bienes y logremos lo esencial: una comunidad de pueblos capaces de preservar su diversidad.
Sin embargo, ¿la economía ha cambiado tanto que se puede hablar ya de una economía digital?
Para que esto ocurra, es necesario que los cambios no se limiten a la disponibilidad prácticamente instantánea y global de la información. En este punto, las opiniones se dividen. Por nuestra parte, trataremos de probar que la economía digital se encuentra en una fase avanzada de formación, con todas las turbulencias y rupturas típicas de los cambios profundos en las estructuras socioeconómicas.
El debate en torno a este punto nos parece más de corte filosófico y en algunos casos peca por manejar acepciones o conceptos vagos, y en otros por presentar intentos de caracterización en una perspectiva muy clásica. Tal es el caso, por ejemplo de: N. Negroponte (1995), Don Tapscott (1996), E. Schwartz (1997), A. Chattell (1998), Hongaard y Duus (1999), o también el informe titulado The Emerging Digital Economy, editado por el gobierno de Bill Clinton.
Según Negroponte, la generalidad de las relaciones humanas se realizará a través de las computadoras, prescindiendo de la presencia física y de la mediación de objetos. Para el autor, el bit es el elemento dominante y, en última instancia, al menos según algunos de sus críticos, desmaterializa la economía.
Para Tapscott, que tampoco se aparta mucho de los planteamientos de Negroponte, la información en todas sus formas, también se torna digital en la nueva economía. En esta economía llamada digital, el centro de generación de riqueza estaría en la acumulación de ideas, es decir, en la vinculación de ideas a productos ya existentes y en la transformación de nuevas ideas en nuevos productos. Según Tapscott, la tecnología digital permite la interactividad productor-consumidor, lo que lleva a la creación de valor, no sólo a través del aumento de la utilidad del consumidor, sino también por el incremento del contenido del conocimiento, que se reflejará necesariamente a nivel de la producción, ya que es posible aprender rápidamente cómo prever las necesidades del cliente. Según Tapscott, nos encontramos en una época de inteligencia en red, no sólo en el sentido tecnológico del término red, sino también abarcando redes de personas, organizaciones y sociedades.
Schwartz prefiere el término Webeconomics (Economía en la Web) al de economía digital, lo que aclara el debate en la medida en que Internet sea el centro de los cambios radicales en curso.
En 1998, Chattell se refiere expresamente a la era digital, apartándonse de forma sutil del dilema existencia vs. no-existencia de una economía digital. Esto no quiere decir que el término no haya sido invocado por otros autores sino que en aquellos hay un paso claro al término economía, con todo lo que implica este concepto. Por era digital parece entenderse la importancia creciente de la información digital, arrastrando consecuencias cualitativas y cuantitativas relacionadas con la era industrial.
¿Estaremos entonces frente a una nueva economía entendida como un cambio radical del paradigma científico? (Silva, 1998). Si se llegara a confirmar esta hipótesis, se impondrían entonces cambios rápidos y profundos a nivel de la política económica.
La economía industrial se basaba en determinadas características sistémicas, en especial: la asimetría en cuanto (al acceso) a la información, la existencia de fricciones relativamente bajas entre sistemas económicos y movilidad de recursos económicos, salvo en casos (geográfica y temporalmente) puntuales (Williamson, 1975).
Retomemos las vertientes destacadas por Tapscott en torno a la nueva economía. Según el autor, se trataría de una economía del saber; digital, que implica la virtualización de las entidades físicas; molecular; en red, con una clara disminución de la intermediación; una economía de convergencia; de innovación; de prosumption 2 (en la que los consumidores participan en el proceso de producción); inmediatista; global, y al mismo tiempo una economía con fuertes contradicciones sociales, en la que grandes capas de la población pueden verse afectadas por la existencia de más trabajo y una menor participación en la riqueza generada (por consiguiente, una mayor concentración de la riqueza) y en la que el derecho a la privacidad podría estar seriamente amenazado.
Analicemos algunos de estos vectores. En lo que respecta a la economía industrial, la nueva economía tiene un contenido de saber superior y cuenta con un mayor potencial de desarrollo, por el hecho de que existe tanto en el campo de los productores como de los consumidores. En lo que se refiere a lo virtual, se verifica el siguiente hecho: la tecnología digital (con relación a la analógica) permite una representación que ofrece más información, lo que tiene consecuencias inevitables, aunque no inmediatas, sobre el funcionamiento de la economía y de las organizaciones. Tal vez sea demasiado arriesgado afirmar el perfil molecular de la nueva economía, es decir, el hecho de que la nueva empresa esté basada en el individuo (en el trabajador del saber), especialmente cuando nos enfrentamos a megafusiones, específicamente en el área financiera. En este aspecto, todavía queda camino por recorrer. No obstante, es perfectamente posible constatar que las organizaciones están en profundo cambio.
De igual manera, es imposible ignorar que se están produciendo nuevas estructuras sociales y una serie de cambios radicales en el comportamiento individual. Lo nuevo no es la digitalización en sí, sino la formación de patrones globales y la extensión de las infraestructuras que permiten una participación cada vez mayor de los usuarios y los vendedores, lo que atrae más recursos y provoca un movimiento global autosustentable con un fuerte potencial de crecimiento.
La expansión de la economía conocida como digital se debe a la penetración de Internet en todos los niveles: empresas, familias, escuelas, en la administración pública, servicios, etc. El acceso rápido y generalizado a Internet permite que los agentes económicos desarrollen nuevas percepciones de la realidad, y terminen por seguir otros sistemas normativos y de valores, e incluso mapas mentales. Los nuevos medios podrán desarrollar su potencial cognoscitivo de una manera nunca vista (Hougaard y Duus, 1999).
También están creadas las condiciones para la existencia de mercados más eficientes, en la medida en que éstos se tornen más transparentes, con una enorme riqueza de información disponible en tiempo real.
En un contexto de este tipo, la calidad y los plazos de entrega se tornan vitales, y el precio deja de ser el argumento más importante en el comercio global. Sus propios sistemas tradicionales de comunicación, como la televisión, serán cuestionados. De hecho, ya se observan señales evidentes: la frecuencia con la que aparece la dirección electrónica en la publicidad audiovisual y escrita, y la apertura de líneas directas para sugerencias y aclaratorias demuestra una manera totalmente nueva de abordar la situación, basada en la convergencia.
En nuestra opinión, estamos en una fase acelerada del proceso de transición del paradigma económico. La penetración rápida y global de Internet ha llevado a cambios profundos pero globalizantes del comportamiento y de la manera de pensar en todo el mundo. Además, los agentes económicos han llegado a desarrollar nuevas percepciones de la realidad y a invertir fuertemente en este nuevo canal virtual (Hougaard y Duus, 1999).
En la actualidad también resulta evidente el cambio que está por producirse en la estrategia competitiva y en la política de las empresas, más aún cuando las características del mercado están sufriendo modificaciones profundas. De hecho, veamos lo que sucede con el aumento de la movilidad de recursos permitida por el dominio de lo virtual, con las redes organizacionales con perfiles totalmente nuevos y flexibles, los flujos electrónicos globales de conocimientos y de servicios, el rescate de la importancia del capital humano ahora en nuevos moldes, la fluidez del propio concepto de mercado, entre otros cambios profundos.
Al contrario de lo que argumentan algunos críticos (Silva, 1998), no es necesaria la desmaterialización de una parte dominante de los procesos económicos para que se pueda hablar de la economía digital. Tampoco es necesario que existan reglas económicas (ídem). En este sentido, cuando Schwartz afirma que La economía de la web equivale a nuevas reglas económicas, nuevas formas monetarias, y un nuevo comportamiento del consumidor, no se está contradiciendo, como lo recalca A. Silva cuando habla de la escasez como esencia explicativa de la ciencia económica.
Entonces vale la pena observar las transformaciones que ponen en entredicho el anterior paradigma y que hacen surgir un nuevo paradigma.