Ignacio Avalos Gutiérrez
A partir del año 94 el CONICIT ensayó un viraje que recogía tendencias que venían de antes y las integró en conceptos y orientaciones que pretendían entonar a la organización con las nuevas condiciones del país, conforme a la tónica mostrada en las páginas precedentes. En efecto, se puso en marcha un conjunto de transformaciones, cuidadosos de la historia de la organización, concebidas y llevadas a la práctica a partir de ella, pero sobre todo, gracias a ella, aunque suene paradójico. Transformaciones que no residían en la idea de un salto fundador, de grandes cambios inspirados en panaceas, sino en la acumulación de pequeños y continuos progresos. Transformaciones que trataron de no confundir la urgencia social del cambio con los empellones y la bulla retórica. Transformaciones que siempre se intentaron con paciencia y salivita y no mediante magia extranjera u operativos criollos en busca de la solución instantánea. En fin, transformaciones respetuosas «a pie juntillas» del modo que la democracia ha dispuesto para hacer y modificar las cosas, con su engañosa lentitud, distante del espejismo ejecutivista que algunos políticos y gerentes ansiosos nos quieren vender envuelto en rapidez.
En el año mencionado surgió entonces el compromiso de hacer un cambio que fuera respetuoso, por no decir cariñoso, con el pasado de la organización y, al mismo tiempo, expresión del sentido común de la época, respuesta derivada de un cierto feeling histórico que pusiera al CONICIT en el camino de convertirse en una organización transparente, eficiente y pertinente, todo ello conforme a los cánones que gobiernan la actualidad. Las ideas que alimentaron el proyecto de transformación, surgieron de un diálogo democrático ocurrido fuera y dentro de la propia organización, a contrapelo de la tentación burocrática de actuar por cuenta propia a cuenta de que se tiene la autoridad. Cuatro, diría, fueron los objetivos del proyecto.
En primer lugar, rebasar el espacio histórico del CONICIT, el delineado en el transcurso de sus tres décadas, expresado en la noción casi geográfica del sector, aludida varias veces en el transcurso de estas páginas. Ampliar, pues, el propio ámbito académico, el que le ha sido más natural al CONICIT, reducido a cuatro o cinco instituciones que en algún momento de su historia se han llevado más del 90% de los recursos; extender su acción más allá del centro del país; introducirse en el área productiva; y, por último, tener relación con el sector privado. Como resultado de este empeño, el CONICIT tiene ahora, ciertamente, un espacio de injerencia mayor, que debe crecer más, desde luego, dentro de una gama un poco más diversa de vinculaciones, relación con actores sociales distintos a los investigadores, además de éstos, por supuesto, y con una distribución más desconcentrada de sus recursos. Insinúa, así, un juego según maneras y reglas de la llamada sociedad del conocimiento, institucionalmente permeada de arriba a abajo por los procesos de generación, circulación y utilización de conocimientos y tecnologías.
Se tuvo, como segunda intención, moverse del énfasis en las políticas al detal, hacia las políticas al por mayor, con lo cual el CONICIT se limitó a registrar las anteriormente referidas tendencias actuales en los procesos de generación, difusión y utilización de conocimiento, los cuales involucran un mayor cruce entre las disciplinas científicas, una mayor cooperación entre actores sociales semejantes y diversos y una mayor integración de recursos institucionales, físicos y financieros. Los Programas tales como Agendas, Laboratorios Nacionales y Apoyo a Grupos, tienen tras de sí, claramente, esa justificación y esa lógica, como también las modificaciones introducidas en programas más tradicionales, en particular el de Revistas y el de Postgrados.
En tercer lugar, la intensión de cambio incluía así mismo, como idea medular, el acercamiento del CONICIT al país, vale decir, que sus acciones en el área de la investigación, de la formación de gente, del desarrollo de sistemas de información, de la creación de infraestructura, tuviesen cada vez más que ver con las necesidades y oportunidades de la sociedad venezolana. Este objetivo fue laborioso, pues en buena parte significó la introducción de criterios de valoración adicionales al de excelencia académica, tales como el de pertinencia y el de factibilidad y la necesidad de complementar a la vez, los requerimientos de legitimidad al sumar, al juicio de los pares, el de los impares o nones, según la jerga establecida en la institución. Igualmente el CONICIT ha comenzado a toparse con temas y problemas que le han sido extraños : propiedad intelectual, confidencialidad, reparto de beneficios y otros de parecido tenor, propios de las actividades orientadas hacia la búsqueda de resultados aplicables, según una dinámica cuyo detonante proviene de la sociedad y no tanto de los predios académicos. En función de este propósito, se desarrollo el Programa de Agendas de Investigación, como un instrumento útil para conectar la investigación, el conocimiento y las tecnologías con las oportunidades y necesidades de la sociedad venezolana. Como lo ha descrito el Profesor Rafael Rengifo, las Agendas deben entenderse como una metodología de política pública interactiva basada en la concertación de varios agentes, con el fin de generar acuerdos en torno a una problemática común, apoyados en la legitimidad y autonomía de los diversos intereses de los participantes y orientados por estilos de negociación suma positiva. Suponen la delimitación de un espacio social crítico en el que diversos actores identifican y demandan respuestas-soluciones-apoyo provenientes de un conocimiento que se construye socialmente a partir de la confluencia de recursos y capacidades interinstitucionales, posibilitando la incorporación del contexto de aplicación (redes de usuarios-beneficiarios-clientes).
La mejoría del CONICIT desde el punto de vista de su funcionamiento fue otro, el último, de los propósitos acordados. Lograr, efectivamente, una institución más armada, con un clima interior razonablemente grato, capaz de decidir con más puntería y actuar con mayor fluidez y eficacia en el plano gerencial. Igualmente, una institución más celosa de su transparencia administrativa y minuciosa en la rendición de cuentas, que fuera siendo tomada, poco a poco, pero con firmeza, por el talante de la organización pública, moderna y democrática, es decir, la que consulta, dialoga, acuerda, suma e integra, coopera y negocia a propósito de sus políticas y de sus acciones básicas. De alguna manera, el CONICIT suerte de gran caja chica, valga la paradoja, va abriendo paso al CONICIT inclinado a actuar en muchos casos, no en todos, desde luego, como fondo de capital semilla, inclinado fuertemente, sin dogmatismos, eso sí, hacia el uso de esquemas de cofinanciamiento.
Por las razones que indique al comienzo, no le queda bien a este ensayo terminar en alguna conclusión. Prefiero finalizar diciendo que el proceso de cambio aquí descrito deja algunos logros, tal vez por debajo de los que uno quisiera, pero cuya monta no puede, sin embargo, desestimarse. Ciertamente el CONICIT es hoy por hoy una institución mucho más consciente de que su misión tiene que ver con la sociedad y no con un sector y que el asunto no es tanto la investigación como la innovación. Más consciente, digo, y más actuante en consecuencia.
Queda la duda, sin embargo, si éste es plenamente su asunto dadas las mutaciones institucionales que el nuevo gobierno venezolano está introduciendo a partir de la reciente creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, cuyo concepto y funciones no están del todo definidos a la hora de escribir estas líneas. Por ahora es difícil, por tanto, entrever cómo se recompondrá el cuadro organizativo e institucional del país y, en particular, cual será el destino del CONICIT.
Pero sea cualquiera el caso, creo que el CONICIT, como lo hizo en otras etapas de su historia, también en estos últimos tiempos, me refiero a los últimos diez años, o así, ha contribuido sensiblemente a que existan entre nosotros nuevas miradas y modos a la hora de entender y atender el desarrollo de las capacidades nacionales de innovación y de todos los aspectos que les son atinentes.
(Ensayo dedicado por el autor al personal del CONICIT)